El Ejército Popular De Liberación Malayo Antibritánico QH88
«Cuanto más nos alejamos del final de la guerra, más claramente aparecen las dos principales direcciones de la política internacional de posguerra, correspondientes a la disposición en dos campos principales de las fuerzas políticas que operan en el escenario global: el campo imperialista y antidemocrático y el campo anti-imperialista y democrático. Los Estados Unidos son la principal fuerza dirigente del campo imperialista. Las fuerzas anti-imperialistas y antifascistas forman el otro campo. La URSS y los países de nueva democracia son sus cimientos» Andréi Zhdanov. 1947
Resulta muy difícil de establecer el número real de miembros que tenía la organización en su totalidad en 1948. Se considera que en ningún caso tendría más de 50.000 miembros comprometidos en su estructura política. Aunque se ha hablado de una cifra que superaría, con simpatizantes y miembros informales, los 100.000, lo verdaderamente importante es que su marcada homogeneidad étnica era tanto una fuente de fuerza como de debilidad. De fuerza, porque podían contar con el apoyo de la gran masa de campesinos chinos pobres, fuesen o no simpatizantes comunistas. De debilidad, porque su marcada uniformidad étnica mantendría alejados a los malayos. Su objetivo era tanto la independencia del poder británico como la implantación de un modelo político comunista. Pero ese objetivo se contradecía con la práctica ausencia de malayos en su organización (Aunque por motivos de propaganda se procuraba destacar a los pocos que militaban en ella), lo que convertía su victoria en algo nada deseable para la mayor parte de la población. Ni siquiera el compromiso de los chinos parece demasiado intenso, puesto que incluso en su momento de mayor fuerza, los insurgentes no contaron ni siquiera con 9.000 combatientes a tiempo completo en sus 11 regimientos. (La debilidad de esta cifra puede compararse con los 70.000 combatientes regulares que el Viet Minh agrupó solo para combatir al ejército francés en Dien Bien Phu).
“Durante el conflicto no recibimos una sola bala desde fuera de Malaya”. Chin Peng.
Geográficamente, se encontraban aislados en una península cuyas sus costas eran controladas por la Royal Navy, aún con enormes recursos a su disposición, en colaboración direcata con las fuerzas ligeras de la policía que impedían cualquier acceso marítimo no autorizado. La Royal Navy participó incluso en el conflicto bombardeando posiciones comunistas localizadas cerca de la costa, aunque su función principal fue ceder una unidad de helicópteros a partir de 1953.
La única frontera terrestre del territorio eran unos escasos 275 km con una Thailandia pro-occidental, que apoyaba abiertamente el esfuerzo de guerra británico, si bien algunos grupos comunistas buscaban refugio al otro lado de la frontera de modo puntual.
Sin posibilidad de recibir apoyos reales del exterior, enfrentado a la mayoría de la población local (El 70% de la población rural era étnicamente malaya) y operando en un territorio de extraordinaria riqueza natural que el gobierno británico podía utilizar para sufragar el conflicto, fueron posiblemente la fuerza insurgente más débil, en términos materiales y humanos, a la que se enfrentó cualquier nación occidental en Asia durante la descolonización. (Y eso explica porque fue la única que terminó siendo derrotada por completo).
Los regimientos comunistas se componían de entre 200 y 500 combatientes, cifras que fluctuaban debido a las bajas, las deserciones o la disponibilidad de alimentos. El regimiento más numeroso era el 4º, que nunca superó los 550 combatientes, y el más reducido el 10º que pocas veces superaba un centenar de efectivos. Aparte de la organización formal, cada regimiento disponían de un “pelotón” de choque con 60/70 personas, que era la unidad de “élite” encargada principalmente de los asesinatos selectivos.

Al comienzo de la guerra, los combatientes se mantenían en su entorno de origen, reagrupándose solo cuando era necesario realizar algún tipo de acción militar. Para 1951, el intenso control de los británicos hizo imposible este tipo de combatiente a tiempo parcial, lo que explica que los comunistas chinos considerasen la política de tarjetas de identificación de los británicos uno de los principales impedimentos a su acción.
La Respuesta Británica. 1948-1949
“La guerra de Corea y la de Indochina, dejaron a Malaya como el principal productor de Caucho disponible”
El alto comisionado británico para el territorio malayo, Sir Edward Gent, se vio obligado a declarar dos días después el estado de emergencia. Primero en las provincias afectadas, e inmediatamente en todo el territorio como recurso necesario para poder declarar ilegal al partido comunista y operar legítimamente contra sus miembros. Era una opción más diplomática que declarar la ley marcial y le permitía afrontar la situación con todos los medios a su disposición a la vez que evitaba el peligro de que la aseguradora Lloyd´s declarase invalidas las pólizas contratadas en el territorio por darse el estado de guerra abierta (En Palestina se habían declarado anuladas las pólizas contratadas debido al estado de guerra civil). Esto era tan importante para el gobierno, que las palabras “Guerra”, “Enemigo” y “rebelión” estaban prohibidas en la correspondencia oficial, recomendando el empleo de “Bandidos” y “Thugs”, o, a partir de 1952, “CT, Terroristas comunistas” (Un término muy útil en medio de la guerra fría).
Las fuerzas locales de guarnición no eran impresionantes: 5.000 soldados y unos 10.000 policías. Se reforzaron rápidamente con destacamentos enviados desde Hong-Kong, y un poco después, desde la propia Gran Bretaña. Estas fuerzas ya no dejarían de aumentar hasta casi 30.00 hombres del ejército regular y una cifra prodigiosa de policías y milicianos.
Edward Gent era poco popular entre los hacendados británicos, que le consideraban débil y contemporizador con los indígenas, pero en cualquier casó falleció junto a otras 38 personas en un grave accidente de aviación en Inglaterra, lo que se aprovechó para nombrar a Sir Henry Gurney, un administrador colonial típico, que comenzó su mandato el 1 de Octubre de 1948. Henry Gurney no abandonaría el territorio. En Octubre de 1951 murió asesinado por un grupo de insurgentes, mientras trataba de proteger con su cuerpo a su esposa durante un ataque contra el coche en el que se desplazaban. En palabras de los líderes comunistas, se enteraron de a quién habían matado por la prensa, ya que solo buscaban en su elegante automóvil un objetivo de ocasión.

Sir Henry Gurney Y La Represión. Semillas De Odio
“Los terroristas solo pueden ser derrotados cuando las fuerzas de la policía ataquen a los terroristas en su propio terreno y bajo sus propias reglas. Una acción ofensiva contra civiles, miembros de la comunidad que no siempre son claramente identificables como apoyos de los terroristas, presenta una serie de complicaciones legales difíciles de resolver. Es imposible mantener el imperio de la ley y combatir con eficacia al terrorismo al mismo tiempo. (…) Hoy por hoy, en Malaya, la policía y el ejército se ven obligado a violar la ley cada día.(…)Es de la mayor importancia que los policías y los soldados, que no son santos, no tengan la impresión de que cada pequeño error por su parte va a convertirles en sujetos de una investigación pública o que siempre es mejor no hacer nada que tomar decisiones rápidas, aunque sean equivocadas.(…) La única forma de lograr un éxito definitivo es ofrecer a la población flotante china una forma de afiliación más fuerte que la de los bandidos y que al mismo tipo inspire más miedo que estos…” Sir Henry Gurney.
Gurney recurrió a los típicos expedientes “coloniales” para tratar de eliminar lo que aún se consideraba un grupo de “bandidos” antes de que tuviesen tiempo de fortalecerse y asentarse. Es la parte de la campaña que suelen olvidar más frecuentemente los defensores de las “lecciones malayas” por ser exactamente lo contrario de lo que se recomienda en todos los trabajos que tratan la contrainsurgencia: Un esfuerzo deliberado, organizado por las autoridades, de coerción sobre la capa más humilde de los chinos malayos, los acaso 500.000 ilegales que habían emigrado sin control gubernamental y que vivían en tierras ocupadas sin permiso, explotando pequeñas granjas. Hasta finales de 1949, policía y fuerzas armadas se dedicaron a hostigar a estas comunidades mediante medidas que incluían palizas a los sospechosos, detenciones arbitrarias con malos tratos durante el periodo de custodia (Casi 6.000 personas fueron internadas en unos pocos meses), destrucción de sus propiedades y medios de vida o incautación de cosechas e incluso la deportación de regreso a China continental (Un recurso que se complicaría con la victoria comunista en la guerra civil China, pero del que rápidamente fueron víctimas unos 10.000 chinos). Métodos no precisamente modernos y muy habituales en las campañas coloniales del siglo XIX, con los que se había pretendido desde siempre demostrar a la población tanto la incapacidad de los insurgentes para protegerla como el precio de la colaboración con estos.
Junto a Gurney, se recurrió a otro veterano de Palestina, el Coronel W. Gray, antiguo Inspector-General de la Policía Palestina, que llegó en Agosto del 48 acompañado de 500 veteranos de Oriente Medio, antiguos sargentos a los que se les había ofrecido el rango de Tenientes para participar en la reorganización de las fuerzas policiales del territorio y establecer un servicio de inteligencia eficaz. Gray y sus veteranos eran famosos por “patear” a los sospechosos, y habían sido llamados para implantar aquellas salvajes costumbres propias de Palestina. Pero no se iban a conformar con palizas a los sospechosos. Gray también esperaba que sus policías patrullasen agresivamente y tomasen la iniciativa, para lo cual se le permitió incrementar notablemente las fuerzas a su disposición.

Los soldados y la policía, animados por sus oficiales, no eran clementes con los insurgentes. O los supuestos insurgentes. Se esperaba amedrentarlos mediante un terror deliberado que les incitase a abandonar la lucha armada, haciéndola aparecer como un empeño inútil en el que solo lograrían perder sus vidas frente a un poder sólido e inquebrantable contra el que no tenían ninguna oportunidad de victoria. La acción más famosa de entre las muchas que se llevaron a cabo se produjo en Batang Kali, Selangor, en Diciembre de 1948. Una patrulla del 2º Batallón de los Royal Scots Guards afirmó que tras capturar a un grupo de 24 comunistas, estos se rebelaron contra sus captores y trataron de huir, por lo que fueron abatidos en su totalidad por certeros disparos de los soldados. Según las investigaciones posteriores, estos prisioneros podían ser simplemente campesinos de la zona, identificados sin pruebas como “terroristas” por los británicos. A una escala menor, los archivos de la policía están llenos de incidentes en los que una o dos personas, siempre de etnia china, resultan muertos cuando intentan escapar de un control rutinario. En la aldea de Lenga, de una población de 109 personas, 39 fueron identificadas como “simpatizantes de los bandidos” y once resultaron muertas en otro de los habituales intentos de fuga. Hay que tener en cuenta que si bien los ingleses no siempre entregaban vivos o intactos a sus prisioneros, no hay ningún caso de un prisionero británico que sobreviviese al cautiverio.

Como en tantos casos parecidos, había una presión enorme por parte de la comunidad de ricos propietarios blancos sobre el gobierno del territorio. Como es típico de todo territorio colonial, y mucho más de uno británico, estos propietarios eran parte de una red de influencias informales con muchas ramificaciones en la metrópoli y el gobierno imperial que instrumentalizaban con pericia para ejercer un poder de presión sin respaldo oficial pero con resultados prácticos evidentes. Estaban acostumbrados a imponer sus decisiones a funcionarios coloniales que necesitaban su benevolencia para mantener su cargo y progresas en su carrera y, conscientes de su poder, exigían medidas de gran dureza, que consideraban atajarían el conflicto en su fase inicial. Un conflicto, no lo olvidemos, del que eran víctimas principales por ser el objetivo predilecto de los ataques. El problema es que la guerrilla era un objetivo, por su propia naturaleza, muy difícil de localizar. Estas presiones sobre las tropas desplegadas recibían incluso confirmación oficial, como las órdenes de Sir Neil Ritchie, mediocre comandante durante la campaña de Africa del Norte y comandante del ejército en Extremo Oriente (General officer for Far East Land Forces) hasta diciembre del 48, que reclamaban una “Constante ofensiva”. Si no existía un enemigo contra quién desplegarla, las tropas encontrarían uno: Las indefensas y vulnerables comunidades de ilegales chinos, a las que se acusaba, con razón o sin ella, de apoyar a la guerrilla. Sir Neil Ritchie confiaba en sacar a los guerrilleros de la jungla y eliminarlos antes de un año en grandes operaciones militares convencionales.
Sin embargo, las unidades carecían de un mando coordinado puesto existió un vacío de poder de varios meses ocasionado por las sustituciones en él mando. Mientras, los servicios de inteligencia sobre el terreno, simplemente no eran capaces de proporcionar ninguna información útil. (Unos pocos días antes del primer asesinato, habían llegado a afirmar que la situación era completamente tranquila en el territorio) Por un lado, afrontaban la falta de órdenes claras y objetivos definidos, y por otro se les reclamaban continuamente medidas activas y “acción”, por lo que los militares y policías reaccionaron del peor modo posible: Con violencia arbitraria.
“La campaña se dividirá en dos fases. La primera restaurará la ley y el orden en áreas concretas del territorio donde se mantendrá la vida económica y se restaurará la moral del pueblo. Las fuerzas de seguridad afrontarán operaciones ofensivas y defensivas. La ofensiva incluirá arrestos, interrogatorios y búsquedas destinadas a destruir fuerzas enemigas. En el caso de que esto no sea posible, se tratará de forzar a las fuerzas enemigas a adentrarse en áreas de la jungla profunda. Los puntos económicos vitales, como estaciones de energía, fábricas, muelles y plantaciones y minas deben ser defendidas de un modo eficaz. En una segunda fase, se producirá la destrucción de las fuerzas enemigas en la jungla” Documento británico sobre la situación en la península Malaya. 1949.
Lo más frustrante para el gobierno es que la iniciativa estaba en sus manos, ya que disponían de los recursos financieros y de hombres entrenados y equipados. Pero en lugar de lanzar una operación ofensiva directa, la presión de los grandes propietarios determinó que se malgastasen los recursos disponibles empleándolos para proteger los numerosos objetivos económicos de primer orden que abundaban en la colonia, y que nunca estuvieron realmente amenazados, ya que los terroristas preferían atacar a los técnicos. Una estrategia de ocupación del terreno costosa e ineficaz, que consistía en desplegar las tropas existentes de un modo casi estático en la protección de las plantaciones y en entregar armas a los hacendados y a sus trabajadores europeos para protegerse. De la escasa capacidad de la guerrilla da pruebas que bastasen un grupo de plantadores, refugiados en una sola casa y equipados con armamento ligero, para que se considerase que poseían un efecto disuasorio sobre los guerrilleros. (Los técnicos norteamericanos desplegados por las grandes multinacionales habían contado con gran cantidad de armamento a su disposición desde antes del inicio del conflicto, quizás porque contaban con mejor información o porque tradicionalmente desconfiaban de la capacidad de los británicos para protegerles. Esto posiblemente explique que no se produjesen prácticamente acciones contra ellos. O quizás los comunistas no deseaban internacionalizar el conflicto.) Para proteger las aldeas nativas, se formó una fuerza auxiliar de recluta local, los Kampong Guards, equipada con armas obsoletas. En los recuerdos de los soldados británicos, el conflicto aparece como una experiencia aburrida pero no especialmente peligrosa, con despliegues y patrullas continuos en busca, como mucho, de disparos en la lejanía, que les obligaban a investigar, pero siempre a distancia del enemigo.
Con solo 10.000 soldados desplegados en el territorio, la policía era el principal recurso para enfrentarse a la insurgencia, y era fundamental que actuase con eficacia. Gurney supervisó la organización de la autodefensa de las plantaciones, exigiendo que los europeos formasen grupos de modo permanente y procurasen armarse adecuadamente. No obstante consiguió pasar a la historia del conflicto por reclutar a indígenas dayaks de los Sultanatos de Borneo y Sarawak, que tenían fama de cazadores de cabezas, con lo que se cubrió de una imagen de salvajismo primitivo que no le abandonaría. Estas fuerzas indígenas eran de las pocas que se infiltraban con eficacia en la selva en busca de los insurgentes, pero por su propio número lograban resultados limitados. El asunto de las cabezas cortadas sería una constante del conflicto, con numerosas pruebas de que las tropas inglesas realizaban esta práctica (Como un famoso artículo en el Daily Worker, órgano del partido comunista británico, con unas espantosas y delatadoras fotos). Según el ejército británico, la práctica no tenía mucho que ver con la obtención de fetiches y trofeos de guerra, sino con la necesidad de identificar a los caídos y verificar el número de muertos. En cualquier caso, dieron a los británicos una imagen de crueles e inhumanos que no les favoreció demasiado. Aquellas imágenes eran demasiado “coloniales”, con los “amos” europeos dando rienda suelta a los más salvajes de sus súbditos para desatar sus sanguinarias costumbres sin ningún tipo de control humanitario o legal. Obviamente, la práctica fue oficialmente prohibida en 1952, debido a las quejas en la prensa.
Las operaciones contra la guerrilla eran básicamente de tipo policial, basadas en delaciones compradas, un goteo permanente que no afectaba a las fuerzas principales, protegidas por la selva, sino a su organización de apoyo, el único objetivo tangible que tenían los británicos y en el que concentraban sus actuaciones.

Y es que a pesar de su importante despliegue sobre el territorio, los británicos no lograban impedir los ataques de los insurgentes, ni siquiera en las zonas donde habían desplegado más fuerzas militares de protección. En enero de 1949, los responsables militares ya habían reclamado que el nivel de la guerrilla disminuía como consecuencia de la presión sobre ella. Pero el conflicto no parecía tener un fin próximo, por lo que aumentaron las presiones para lograr resultados antes de que se pusiese en peligro el frágil prestigio británico en Asia. Igual que en el caso de los franceses, los Ingleses tenían que tener en cuenta su humillante desempeño militar durante la S.G.M, y era fundamental para ellos demostrar su capacidad como combatientes alcanzando una victoria rápida y completa que disuadiese a otros posibles rebeldes. Y si para ello era necesario aumentar la presión sobre los chinos ilegales, era una medida que se aceptaría sin complejos. Por eso las operaciones militares y policiales, eran declaradamente acciones destinadas a que los ilegales abandonasen las zonas que ocupaban para replegarse a las ciudades. El fallo de esta estrategia es que estos ilegales no tenían otra alternativa a permanecer en sus tierras, por lo que el nivel de la coacción tenía que ser realmente alto para obligarles a abandonar sus medios de subsistencia.
Y sin embargo, hasta para los comandantes sobre el terreno, se hacía evidente que ni se obtenían resultados, ni se empleaban los medios disponibles de la forma adecuada, por lo que el conflicto no progresaba a favor de los británicos. Los policías mantenían su horario de tiempo de paz, con los fines de semana libres y restricción en los horarios nocturnos. La R.A.F, el recurso fundamental para desplegar el poder de fuego británico, se empleaba con restricciones absurdas derivadas de las presiones de los propietarios de plantaciones. La más ridícula de todas era la prohibición de bombardear las extensas plantaciones de caucho (En el caso de bombardearlas por error, el gobierno debía indemnizar a los dueños) lo que las convertía en santuarios para los guerrilleros comunistas.
En resumen. Tras más de un año de operaciones ni se había derrotado a la guerrilla ni se había anulado el apoyo de la población. De hecho, el terror indiscriminado aplicado por los británicos sobre los chinos fue un argumento a favor de los comunistas, cuyas fuerzas no dejaban de aumentar, y contaban a finales de 1949 con casi 8.000/9.000 hombres en armas. El máximo número que alcanzarían. (No muy lejos del total de 12.000 hombres que les atribuyen algunas fuentes)
El Plan Briggs. 1950-1952
“Las cosas irían mejor si los norteamericanos no creyesen que George Whasington era un jefe indio que expulsó a los dueños de plantaciones británicos” Winston Churchil a Richard Nixon en 1952.
Fallaban los planes y fallaban los hombres. Pero lo más fácil era cambiar a los hombres.
En el campo militar se entregó la responsabilidad a Sir Rawdon Briggs, como Director de Operaciones para todas las fuerzas implicadas. Briggs era un oficial retirado del antiguo ejército de la India con experiencia en la guerra en la selva en el teatro de Birmania. Había sido recomendado por el mariscal William Slim, bajo cuyas órdenes había servido al mando de la 5ª División India. Briggs no había destacado en la S.G.M, pero se le consideraba trabajador y competente. Puesto al mando de las tropas británicas, Briggs se embargó en una gira de reconocimiento por todo el territorio, entrevistándose con oficiales y responsables, para terminar señalando una larga serie de errores a los que trataría de poner remedio con su plan de actuación. Para empezar, potenció la coordinación de las fuerzas militares y de policía, dejando claro que todas las labores de inteligencia pertenecían a esta última. También le pertenecía a la policía la seguridad de los núcleos habitados y de las plantaciones. Con la policía liberando al ejército de otras misiones, este quedaría libre para acciones puramente ofensivas. Es decir, entrar en la selva a buscar al enemigo. A la vez, cuando el ejército limpiase una zona, la policía se encargaría de inmediato de aportar seguridad en la misma y evitar que los comunistas regresasen. La base de la coordinación se intentaría alcanzar incluso de un modo físico, y por ello Briggs ordenó que policías y militares compartirían sus cuarteles y oficinas en todos los niveles de la cadena de mando, para facilitar la colaboración y el intercambio productivo de información y puntos de vista.

Briggs se concentró en profundizar en una estrategia que ya había comenzado a aplicarse antes pero que ahora esperaba elevar a una escala muy superior y decisiva: Ofrecer confianza a la población civil, privando a los insurgentes de su apoyo, a la vez que se dividía el territorio en áreas de operaciones para fuerzas propias que lo rastrearían y mantendrían limpio de enemigos. Igualmente, se establecería una reserva central, que se emplearía contra el grueso del enemigo cuando se localizase, para destruirlo en choques convencionales. Este plan, de nula complejidad, y basado tanto en la experiencia colonial británica del siglo anterior como en las prácticas japonesas de control de los campesinos durante su ocupación del territorio, es el que ha seducido a generaciones de planificadores militares en la lucha contra la insurgencia. Es algo hasta cierto punto lógico, ya que la de los británicos en la península Malaya, es la única “victoria” clara contra los movimientos insurgentes. Pero si recordamos que la fuerza enemiga no superaba los 10.00 hombres, y que solo el programa de reasentamientos forzó el desplazamiento de más de 500.000 personas, nos damos cuenta de hasta que punto existió un empleo de recursos y de fuerza totalmente desproporcionado al nivel de la amenaza. De hecho, Briggs tuvo que renunciar incluso a algunas de sus ideas, como la reserva central, que se mostró ineficaz, ya que fue imposible obligar a los comunistas a concentrarse y combatir en encuentros convencionales.
LAS NUEVAS ALDEAS.
“Esencialmente, se trata de determinar quién puede gobernar a los campesinos chinos” Harold Briggs.
En cuanto a los ilegales chinos, la base del plan era que en lugar de seguir coaccionándolos para que huyesen a nadie sabe dónde, se les daba una alternativa realista: Ser reconducidos a unos de los 470 nuevos asentamientos, donde se les controlaba de un modo riguroso y exhaustivo. Además, para minar su apoyo a los comunistas y evitar su desafección, se les proveyó de asistencia médica y educativa. Estas “nuevas aldeas”, como las bautizaría Templar, se situaron en territorios cedidos por los sultanes malayos y se publicitó como un gran logro que estuviesen dotadas de electricidad. Naturalmente, la electricidad era fundamental para alimentar los reflectores con los que se vigilaba su perímetro durante las horas de oscuridad. Las aldeas tenían una única entrada y toda la población que la atravesaba para trabajar en el campo debía estar debidamente identificada. Estaban protegidas por policías nativos y bajo la responsabilidad de un oficial “europeo” (Que podía ser tanto británico como australiano o neozelandés) Basta comparar este despliegue con la organización francesa en Indochina, donde la “guarnición” tenía que bastarse con un novato teniente francés y un puñado de auxiliares, sin recursos ni capacidad real de control de la zona y la población.

Naturalmente, como ya he comentado, esto solo se podía lograr, y aún más, solo podía tener éxito con un empleo de recursos a un nivel enormemente elevado. Por suerte, eran tiempos en que el caucho era oro vegetal y pagaba todas las facturas. Las grandes multinacionales como Dunlop y Goodyear tenían enormes intereses en la zona y no estaban dispuestas a perder su principal suministrador de materia prima. La pérdida de otras fuentes de caucho y el conflicto en Vietnam, así como el gran desarrollo industrial y la explosión de la industria del automóvil, habían convertido a la península malaya en objeto de una explotación a gran escala. Se trataba del único escenario de un conflicto de insurgencia donde la economía local no solo no se deprimía, sino que experimentaría un incremento constante durante toda la duración del mismo. Y no solo esto, las importantes inversiones de las multinacionales en vías de transporte adecuadas para el transporte y exportación de las materias primas, aseguraron puertos excelentes, excelentes transportes ferroviarios y por carretera, que facilitaron enormemente el despliegue de las fuerzas de policía y militares por toda la geografía de la colonia.
Los impuestos derivados de la exportación de esos codiciados recursos naturales dejaban un reguero de dólares que permitía pagar cualquier operación para mantener ese caudal económico en marcha. Incluso operaciones tan gigantescas y costosas como la de los reasentamientos masivos. De hecho, el plan se logró con una enorme rapidez. Tanta, que para 1951 estaba completado en su mayor parte, con 429 asentamientos de 470 finales, y 385.000 habitantes desplazados a ellos.
Ciertamente, antes como ahora, el dinero es el nervio de la guerra.
Naturalmente, incluso con tanto dinero, las prisas no permitían que las aldeas alcanzasen el excelente nivel de excelencia del que hablaba la propaganda. Hay que tener en cuenta que levantar las viviendas y preparar los campos circundantes era misión de los nuevos habitantes, lo que llevó a que muchas de las aldeas ofreciesen condiciones ciertamente deficientes. Por otra parte, la mayoría no eran más que una cárcel para comunidades que estaban acostumbradas a vivir disgregadas sin soportar la pérdida de libertad e intimidad que suponía una aldea bajo control policial permanente.

Sin embargo, no debemos olvidar que el programa de las “nuevas aldeas” no se diseñó pensando en la comodidad de la población civil. Pero no dejaba de ser un adelanto enorme comparado con los campos de concentración de la guerra de los boer.
El alcance del plan, de enorme magnitud, no suponía tampoco reconstruir la naturaleza del medio rural. Sólo se trasladaron las comunidades rurales étnicamente chinas, lo que hacía viable el proyecto. Además, al ser ocupantes, no propietarios, no existía ningún límite legal que impidiese alejarlos de las tierras que cultivaban. (3)
Para completar este plan, se controlaba de modo exhaustivo las cantidades de comida disponibles, con todo tipo de recursos para evitar que se pusiesen en circulación alimentos no perecederos, prohibiendo vender el arroz crudo o conservas cerradas. El nivel de burocracia y esfuerzo necesario para algo así es otro de los aspectos de este conflicto que sería imposible trasladar a otro. Como los comunistas no tenían acceso a fuentes de alimentos, se veían obligados a producirlos ellos mismos, desviando efectivos a la agricultura. También en este campo los británicos se mostraron eficaces, recurriendo a su enorme variedad de recursos y localizando y destruyendo estos cultivos con agentes químicos. Igualmente, procuraban deforestar la selva para privar de refugio y prevenir emboscadas. Usaron un defoliante que en el futuro se haría famoso: El agente naranja.
Establecida esta parte del plan, había que pasar a la otra cara de la moneda. La destrucción de las fuerzas insurgentes. A las fuerzas que ya se disponían localmente, se unieron fuerzas de élite, y se contó con la reorganización del S.A.S, anteriormente disuelto, para operaciones en la selva profunda. Una de las principales aportaciones de Briggs fue la comprensión de que lo prioritario era reducir el tamaño de las unidades de operaciones y aumentar su eficacia. Los comunistas combatían en grupos muy reducidos, operando desde bases que nunca contaban con más de 200 hombres, por lo que enviar contra ellos unidades de tamaño batallón o superior era absurdo. A partir de entonces las fuerzas enviadas a la jungla serían patrullas formadas por un número lo más reducido posible de hombres. Su armamento superior y la posibilidad de reclamar apoyo aéreo eliminarían la posibilidad de quedar amenazados por una fuerza comunista superior.
En términos de eficiencia de medios, los británicos desplegaron hasta 30.000 soldados de las fuerzas regulares. Si bien las tropas pertenecían en su mayoría al servicio militar de reemplazo, otras muchas formaban parte de unidades de élite. Frente a ellos operaba una fuerza que no sobrepasaría los 9.000 hombres, sin entrenamiento específico y casi sin recursos. A esto tenemos que sumar, que esos 30.000 hombres se dedicaban casi únicamente a operaciones ofensivas. Había otros 40.000 agentes de la policía local operando contra la insurgencia, y hasta 300.000 hombres en tareas de segunda fila, reclutados a nivel local. Se trataba de una fuerza nativa de milicias, al estilo de la Home Guard. Hasta 1950 había sido formada únicamente por malayos (The Kampong Guards) y tras incorporar chinos a partir de esa fecha, fue reduciendo su tamaño desde los inoperativos 300.000 miembros a cifras más manejables. Del desarrollo de sus capacidades da prueba el hecho de que para 1958 relevaba incluso al ejército y a la policía en misiones de búsqueda y destrucción en la selva.
Una fuerza aplastante estaba a disposición del gobierno británico, y su magnitud hace absurdas las afirmaciones sobre el “empleo quirúrgico de la fuerza”, o “la maestría británica en el empleo de pequeñas unidades” que se han popularizado desde entonces para explicar su éxito en Malaya.

Esta fuerza descomunal, aplicada sobre una fuerza enemiga tan reducida, comenzó a obtener resultados desde el primer momento. Para 1951, la insurgencia enemiga se consideraba “controlada a niveles mínimos”. Para 1955, se ofreció incluso la amnistía a los que la solicitasen. Para 1957, se consideraba superado el estado de emergencia.
Es decir, que los insurgentes jamás tuvieron ninguna oportunidad real. Que en ningún momento del conflicto desafiaron el poder británico. Y que se fueron desangrando regularmente, año por año, mientras que el Imperio británica desataba sobre ellos una fuerza totalmente desproporcionada para su número y sus posibilidades.
Es decir, 10.000 insurgentes contra una fuerza de casi 350.000 hombres. 35 a 1.
Si tenemos en cuenta que el Vietcong estuvo formado por una media de 300.000 hombres, apoyados por 1.000.000 soldados regulares de Vietnam del Norte, y que se enfrentó a unos 500.000 soldados americanos, 60.000 aliados y 900.000 soldados de Vietnam del Sur, la proporción es, básicamente, de 1 a 1. Incluso si contamos solo los insurgentes que combatían en el sur, la proporción es 5 a 1.